jueves, 15 de julio de 2010

Clímax angelical.

Las nubes como lechos lujuriosos esperan
con ansia ser ocupadas por seres andróginos, que
llenos de ternura y pasión entre caricias y besos
desbordan deseo como una tormenta que
ni siquiera Dios se atreve a detener, porque
sabe que interrumpir unión tan celestial sería
una terrible blasfemia, tan horrenda como las
que pregonan los falsos puritanos, que, entre gritos
de irascible reprobación censuran la dulzura del
sexo con amor.

Cuerpos invisibles se funden en un eterno abrazo
tan ardiente como las llamas del infierno, pero
de pureza abrumadora revestida de pecaminosa
exquisitez. Si sólo los mortales pudiesen contemplar
tan fogoso espectáculo, despertarían del aburrido
letargo al cual los sume la represión; lastimosamente
sólo ven perversión en un acto donde el amor une
a dos almas destinadas a permanecer juntas.

Se torna gris la bóveda celeste, un frenesí cálido
se apodera de los amantes alados y sus gemidos se
transforman en vigorosos truenos que rompen el
silencio. Entre armoniosos movimientos llenos de avidez
y deseo se desplazan los tálamos lentamente como
si de barcas se tratasen.

Llega el momento del clímax angelical, y en un estallido
de placer el néctar divino se precipita sobre la tierra
llenándola de vida y a su vez sumiendo en un plácido
sopor a la incorpórea pareja, el susurro del viento arrastra
sus palabras, en ellas se encuentra un juramento de amor
infinito que los atrapa en una dicha extrema y tan envidiable
que inclusive el mismísimo Luzbel codicia secretamente
pero que nunca podrá arrebatar.

Miro al cielo mientras pequeñas gotas de agua caen
sobre mi rostro, sumida en mis pensamientos
esbozo una sonrisa porque he descubierto que
la lluvia es el orgasmo de los ángeles y hoy me impregna
de fluidos celestiales.

PD: Otro poema más viejo que el anterior

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